Hace 18 meses que no escribo en este blog. Los mismos 18 meses en los que una familia terminó de pagar una nevera; la prima de mi mejor amigo organizó su boda y un ex compañero de trabajo vivió en Australia.
18 es un número que se asocia a la madurez según parece. A los 18 se vota, se puede comprar alcohol y cigarrillos y es legal la sexualidad. En algunas culturas los hijos se van de la casa, y en otras, se casan. 18 es la edad promedio en que los estudiantes entran a la universidad y deciden qué quieren hacer con sus vidas de adultos. En nuestro bien desestructurado sistema de salud, a los 18 los jóvenes ya no van al pediatra sino al doctor, y es la edad legal para trabajar. A los 18 se puede tener por primera vez una cuenta de nómina y aspirar a un crédito bancario. En síntesis, 18 es el número del cambio.
Extraña coincidencia que yo decidiera entonces escribir de nuevo tras 18 meses de ausencia. Pensé en cerrar este blog. Ya no hay mucho por decir y la inspiración se me fue al piso. Mas que complacerme, empecé a sentir la necesidad de complacer a mis lectores, en escribir cosas que fueran interesantes para que volverme popular en el ciberespacio. Soñé con ser bloguera reconocida, leí de casos de éxito que si lo lograron. Quería vivir de esto, de escribir para siempre y que me pagaran, que la gente se ovacionara con mis entradas, que dijeran ¡Oh qué bueno es esto! y que un día, me llamarían de una famosa revista para hacer parte de su staff de columnistas. Pero en todo fallé. Nada de eso pasó.
Cuando abrí esta bitácora en junio del 2008, las primeras palabras que se me pasaron por la cabeza no levantaron el más mínimo interés de ningún desocupado transeúnte. Después llegaron los comentarios y poco a poco fui creciendo y con ello, mis ganas de perseguir mi idea frustrada de ser columnista exitosa. Hoy, 6 años después cambió. Las ideas se fueron y con ellos la gente. Y así mismo, la esperanza absurda de vivir de escribir. Me dediqué al trabajo y en los ratos libres a leer libros. Ya no me importaba escribir aquí; tampoco leer a algunos colegas, ni comentarles sus escritos. Las palabras no fluían igual que cuando empecé; ya no tenía un mecenas y decidí guardar mis opiniones en la cabeza.
Sin embargo, un día de aburrimiento se me dio por pasar por acá, leer mi última entrada y suprimir para siempre las opiniones desocupadas...ya no tenía sentido mantener un espacio que no uso, pero curiosamente me arrepentí. Antes había pensado algunas veces en retomar pero tuve temor que se me volvieran a esconder las ideas; pero hoy llego el momento. Sé que ya no es lo mismo. La gente ya no lee blogs, todo está a la mano en Twitter o quizás en Facebook y si no, alguna foto lo explica fácil en Instagram.
Aún así, ya no me interesa complacer a nadie, y poco me importa la calidad de mis textos. En estos 6 años y varios cursos de escritura encima, me di cuenta que lo mío no es precisamente escribir cuentos, poesías, ficción ni crónica. Lo mío es procrastinar con un teclado, algo más desesperanzador. Son letras que llegan intempestivas, sin avisar y sin importar si estoy en la actitud de escribir o no. A veces, surgen en la mitad de un Transmilenio lleno de las 5 de la tarde, o en medio de una cerveza un viernes en la noche. Y ahí, sólo salen y ya; sin categoría ni horario. Tal vez por eso cuando me dan ganas de teclear y lo hago, no es como se esperaba y creo que por eso nunca me llamarán de la revista, ni me entrevistarán en una emisora por mi éxito. Toda ambición se fue, ya no seré famosa; finalmente eso ya no importa. Así que tal vez, ya cumplí los 18 años -los de la "madurez mental"- en materia de escritura.
Aún así, ya no me interesa complacer a nadie, y poco me importa la calidad de mis textos. En estos 6 años y varios cursos de escritura encima, me di cuenta que lo mío no es precisamente escribir cuentos, poesías, ficción ni crónica. Lo mío es procrastinar con un teclado, algo más desesperanzador. Son letras que llegan intempestivas, sin avisar y sin importar si estoy en la actitud de escribir o no. A veces, surgen en la mitad de un Transmilenio lleno de las 5 de la tarde, o en medio de una cerveza un viernes en la noche. Y ahí, sólo salen y ya; sin categoría ni horario. Tal vez por eso cuando me dan ganas de teclear y lo hago, no es como se esperaba y creo que por eso nunca me llamarán de la revista, ni me entrevistarán en una emisora por mi éxito. Toda ambición se fue, ya no seré famosa; finalmente eso ya no importa. Así que tal vez, ya cumplí los 18 años -los de la "madurez mental"- en materia de escritura.
Hoy después de tanto tiempo, debo reconocer que este blog me ha dejado grandes cosas: letras, amigos, recuerdos, experiencias y mucha, mucha procrastinación. Cosas inmateriales pero suficientes para sentirme satisfecha y decidir darle una segunda oportunidad. Quiero (intentar) retornar y llegó la hora. Soy una guerrera -de esas tan comunes- derrotada en el inmenso campo de la hoja en blanco, pero que hoy va a librar una nueva batalla. Muchos lo han intentado sin éxito; otros pese a las situaciones, deciden seguir. Así que como ellos, seguiré. No prometo calidad, ni tampoco cantidad, pero esa será la excusa para retornar sin tapujos ni temores.
Hoy me reencontré con este rincón y con él se alimentaron de nuevo las esperanzas que espero duren.
Hoy me reencontré con este rincón y con él se alimentaron de nuevo las esperanzas que espero duren.
Mientras tanto, el hijo de otra amiga cumple 18 años y ya tiene cédula para votar este domingo; el compañero de trabajo se fue a hacer una maestría en Francia hace 6 meses; y la familia que compró la nevera sacó un crédito hipotecario a 15 años. Cifras irrelevantes, pues después de los 18, los 30 son otra época crucial en la vida. Espero no tener que esperar con la hoja en blanco 30 meses más, porque entonces esa vez me rendiré y ahí si tendré que irme para siempre. Si vuelve a haber un 30 para esperar en el corto plazo, serán los años que estaré por cumplir en unos meses, no de esperar por otra entrada en el blog.